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22 de Marzo de 2025

Opinión

Alas del amor

En los últimos tiempos pareciera natural una especie de desánimo generalizado entre algunos jóvenes, que miran el esfuerzo y la dedicación como parte de algún otro lugar del mundo

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En los últimos tiempos pareciera natural una especie de desánimo generalizado entre algunos jóvenes, que miran el esfuerzo y la dedicación como parte de algún otro lugar del mundo, más civilizado o más desarrollado. Ese desanimo en el ejercicio de las actividades mentales más simples, tales como la lectura, la escritura o el diálogo, es una enredadera que pronto incorporará en ellos ideales de poca monta o una esperanza pobre de un futuro mejor.

La realidad es que los jóvenes han dejado de ser el grueso de la población en México. Las campañas de natalidad de los años setenta y ochentas, han provocado que la población nacida en esos años sea la fuerza laborar actual en el país. Fuerza que irá decreciendo al paso del tiempo. Esto inducirá en un margen de 20 o 30 años, a que los trabajadores actuales entren a un proceso de jubilación, dejándole una carga económica mayor a la juventud presente. La consecuencia lógica es que se hará un mayor esfuerzo con menos personas, para lograr si quiera alcanzar los ya de por si bajos niveles del producto interno bruto, por ejemplo.

Esto es un panorama bastante yermo, pues implica que la generación actual tenga en el futuro, que hacer un esfuerzo mayor en todos los ámbitos de su vida, para enfrentar las exigencias que el mundo les impondrá. Necesariamente tendrán a su disposición mayor información y más compleja. Tendrán más medios electrónicos y paradójicamente menos horas laborables. En cambio tendrán que realizar un esfuerzo mental mayor, de los que así decidan involucrarse con su vida.

Los jóvenes que ya se incorporan al mercado laboral tienen que aprender más rápido y  más eficientemente todo lo que a las generaciones pasadas les llevó años internalizar. Generación que tendrá, también,  que absorber prontamente valores como la competencia, la eficiencia, el liderazgo, la dedicación y finalmente el esfuerzo. En lo personal me gusta transmutar esa palabra “esfuerzo” con un grafo más épico: LA LUCHA.

Todo lo anterior va en contra de las actitudes de desánimo, apatía o resignación que pudieran estar sintiendo actualmente los jóvenes. Luchar, por lo contrario, implica entregarse a nuestra actividad predominante de la mejor manera posible. Ello conlleva una serie de valores que en ocasiones se pueden sobrentender, pero que  pocas veces se hacen explícitos. Tales como la responsabilidad, la conciencia de nuestros actos y la perseverancia. Quizá dentro de toda esa escala de valores, sobresale para un servidor un valor principal: el sacrificio.

El sacrificio implica vencernos a nosotros mismos. Alejarnos de lo fácil cuando lo difícil se nos atraviesa. Implica ser contracultura; poner nuestro tiempo y nuestros recursos intelectuales al servicio de lo que queremos obtener. De ninguna manera evaluamos el fin, pues pensamos que el ser humano consciente de su realidad, tenderá a la búsqueda del bien. Ese ser humano capaz de entender y analizar estas palabras, que le dedica tiempo a la lectura y a la comprensión de las mismas, es el némesis del otro ciudadano, del antagónico que mira el fin por encina de medios.

La juventud actual aspira y aspira muy pronto. La generación que los sostiene les ha enseñado a confiar en sus metas y a procurarse un mejor futuro. Sin embargo también reciben información de los medios, que nos gritan a todas luces que el éxito es cuestión de minutos. El éxito, de cualquier forma que se le mire, según la enorme maquinaria de la publicidad actual, debiera de consolidarse de inmediato. El sacrificio no está incluido en el éxito. Adelgazar sin esfuerzo, terminar una carrera sin estudiar, cambiar nuestro entorno sin cambiar nada, ¿vivir sin respirar?

Son pocos en México los que han heredado la fortuna de nacer en una familia sin escasez de índole económico. Para la otra inmensa mayoría las cosas no llegan sin esfuerzo. Trabajar desde pequeña edad ocupándose de los estudios al mismo tiempo, suele ser también una constante. Al final del camino nos daremos cuenta que un título de una universidad aunque se gane con ahínco, no te asegura un modo de vida cómodo. Hay que luchar en nuestra existencia a diario, luchar implica hacerlo siempre.

Por otro lado se ha diseminado paralelamente a la cultura del menor esfuerzo la idea del merecimiento inmediato. Todos creemos merecer algo. Merecer un espacio, merecer un trabajo, merecer un reconocimiento, merecer un hogar, merecer un amor, merecer mejor salario, merecer un estilo de vida más confortable. Cuando la realidad nos grita a la cara que es todo lo contrario. Para merecer hay que esforzarse.

Cuando alguien de antemano en cualquier aspecto de su vida cree merecer, sin ningún arresto de por medio, empieza a dejar de empeñarse por conseguir sus objetivos. Entra a su zona de confort que lo protege de las adversidades y malos ratos. La verdad se vuelve contraria a él. En la vida no se puede dejar de luchar. Por lo tanto es labor nuestra encontrar o darle sentido a esa lucha.

Luchar no implica guerrear o confrontar. El asunto bélico, de existir, no es dirigido hacia los demás. Sino la lucha es hacia uno mismo y las cosas o personas que nos interesan. Luchar por nuestro matrimonio no es forzar a la otra persona a “soportar” nuestras metas. Sino al contrario, tratar de encontrar en concordancia metas comunes e ir por ellas. Luchar en el trabajo no es ir en contra de las metas que nos piden, sino encontrar un propósito personal que vaya en concordancia con nuestros propios valores.

¿Y qué es la concordancia? La concordancia es alejarse de cualquier patrón destructivo que nos volvería peores personas, ajustando nuestras metas a las metas de nuestros seres queridos, compañeros y amigos. Es cierto, probablemente, en nuestro patrón de condicionamiento pasado, se haya recurrido a dañarnos como una forma de expresión de autoridad. Esto ocurre principalmente en la infancia, cuando convivimos con los demás niños e incluso nuestros padres, que usando un modelo lacerante de dominio pueden perjudicar  nuestra estructura psicológica. Cuando en tu presente, tú mismo repitas ese patrón destructivo acude a tu pasado, dónde probablemente encuentres la respuesta de tu accionar.

Lo importante en este caso es reconocer ese pasado doloroso haciéndolo consciente, para no repetirlo en el presente. Se sabe que las personas que causan bullying a los demás, necesitan un patrón jerárquico superior que los haga sentirse bien dañando. Además de haber sufrido o de estar sufriendo ellos mismos algún daño físico o psicológico en su persona. No es fácil detectar este patrón personal, en ocasiones somos los últimos en enterarnos que nuestros hijos dañan a los demás. Es probable que nosotros mismos los estemos dañando a ellos.

Sin embargo el ser humano es capaz de romper con ese patrón de desajuste emocional y corregir su propio destino. En consecuencia la búsqueda vivencial de valores que le brinden sentido a nuestra existencia forma una parte importante de nuestro despertar axiológico.

He ahí donde los valores siguen estando presentes tomando una relevancia suprema. La mejor relación amorosa, el mejor trabajo, el mejor hogar, la mejor iglesia, el mejor amigo, la mejor escuela, etc. son aquellos dónde los valores sean compartidos por las personas que las integran. Cuando los caminos se separan o dónde los líderes, los esposos o los maestros,  no saben o no quieren, o no les importa lograr metas compartidas; ponen en peligro de fracasar a la organización, sea cual sea esta. Cuando el panadero no hace pan no hay panadería.

Para los que hemos nacido en una cultura del esfuerzo es importante ganarnos las cosas, pues así nos lo han enseñado. Siempre es más fácil recibir que dar. Recibir no implica responsabilidad alguna, es un evento pasivo. En ocasiones desprovisto de motivos. Dar implica, por lo contrario, un cambio de actitud en cuanto abarca conductas, sentimientos y pensamientos.

De igual forma pensar que los demás no tienen metas u objetivos, sólo porque son ajenos a los nuestros, es una interpretación bastante simplista de la realidad social. Aún las metas más insignificantes son válidas puesto que ellas implican parte de la dignidad humana. El despertar la curiosidad en la obtención de metas más sustanciales o que se relacionen con valores más elevados, sería un reto pensando en nuestra familia, comunidad, estado o nación.

Tampoco es válido que nuestra lucha sea cruelmente devorada por el capitalismo. Nuestro ingenio, nuestra capacidad de sobresalir, nuestra habilidad de hacer, pensar e idear cosas mejores, en México recompensa precisamente a los que no tienen esas virtudes. La gente con poder político, económico o social, se ven beneficiados por la plusvalía del esfuerzo de los “otros”, de los que piensan, de los que trabajan, de los que luchan.

Es por eso, que una cultura del esfuerzo debiera estar siempre emparejada con una cultura de la iniciativa. Esfuerzo sin iniciativa probablemente te lleve a una sobreexplotación laborar, sentimental o familiar. El esfuerzo aunado a la iniciativa te puede abrir puertas que de ninguna otra forma se podrían alcanzar. Es deber pues de aquellos organismos que preparan a la juventud actual (universidades, institutos, familias, instituciones en general), favorecer la iniciativa como piedra angular del desarrollo de nuestro país.

Son muchos los esfuerzos al respecto, sin duda alguna podríamos mencionar infinidad de programas, becas, subsidios y demás. ¿Qué es lo que no funciona entonces? ¿Por qué seguimos siendo tercermundistas? ¿Por qué las vías del desarrollo no conducen a ninguna parte? La respuesta a esa pregunta debe de mirar hacia el interior de nosotros. Esa respuesta sólo nosotros mismos la podemos contestar. Pues implica determinar nuestra autoestima de tal forma, que percibamos que lo que nos rodea es consecuencia directas de nuestros actos. NO SON ELLOS, SOMOS NOSOTROS MISMOS.

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