Mi padre realizó con la ayuda del maestro Cimé un enorme aljibe donde se depositaban litros y litros de agua sin necesidad de bomba y ningún otro aditamento. Todo el día, sin importar la hora y las circunstancias el aljibe tenía agua potable. Me detenía en el Cordobés a pedir un vaso con agua, un mesero presto llenaba de la llave un formidable recipiente de vidrio brillante y me lo obsequiaba. En casa de mi tía había una enorme cisterna que tenía un hueco por donde nos colábamos para bañarnos.
La lluvia caía a cántaros sin visos de rayos o de relámpagos. Nos metíamos entre los enormes chorros de agua que lavaba los techos y las aceras. Nos mojábamos el cabello con esa agua rica en minerales que dejaban nuestras hebras brillosas y sedosas. Mi tía Soco lavaba su ropa con agua de lluvia. Nos permitíamos unos lujos extremos. De regreso de Cancún observé una pequeña niña en Valladolid mojándose a cántaros de un chorro que provenía del ángulo superior de su casa. Me pregunté si la lluvia no fuera ácida y los rayos no la partirían por la mitad.
Otras veces mi abuela guardaba en una tinaja de barro agua dulce de lluvia, que cuidaba con un pez dentro, que como las iguanas blancas actuales, limpiaba el depósito de insectos y otros habitantes indeseables. Tomaba la jícara que religiosamente se mantenía al borde de la tinaja y la remojaba hasta el fondo, con cuidado de no maltratar a la criatura de su interior. Mojabas mis labios profundamente y luego daba dos gigantes sorbos de agua.
Hizo su aparición sanidad que cerró por aquellos años todos los pozos y todo lo que pareciera insalubre e impropio de la modernidad en los años sesenta. Se taparon enormidad de hoyos, pozas y barrizales, que había en el Puerto, pero en cambio las casas empezaron a gozar de sumidero y de agua potable corriente con tuberías. Aparecieron por igual infinidad de aparatos eléctricos en las casas, desde los abanicos traídos de Chetumal hasta las sandwicheras y televisores de transistores. Entre esos artículos atesoraba mi radio que cabía en mis manos.
Hubo un accidente entre un camión y el tren en las vías del muelle fiscal. Cuánto tiempo ha pasado desde ese suceso y nunca a nadie se le ha ocurrido levantar un memorial o al menos un vestigio de tales circunstancias en honor a tanto ser humano muerto. La carrera sobre el mar y el permiso a entrar a caminar en el muelle a más de alguna familia habrán provocado dos lágrimas, que se perdieron en el horizonte actual. A caballo buscaron los cuerpos en las playas por días.
Panorama de palmeras y veletas desaparecieron. También se terminaron los cocales, las carretas y las mulas. Por las noches y en plena pubertad escuchaba el rugido de los leones de Yucatán a través de la voz animada y ya cascada del primo Abraham. En la séptima entrada George White ponía al micrófono la canción ¡vamos a la pelota! que se toca en los estadios norteamericanos, con tonos de un reloj digital cansino. Entre tanto llegó Echeverría y partió la playa en dos, dejando a Chelem y a Chuburná aislados por más de 30 años. Llegó Cervera Pacheco y arrojó piedras al mar construyendo su propia “island”.
Lo mecánico desapareció poco a poco. Las primeras copiadoras sustituyeron a los mimeógrafos de tinta y de alcohol. Verdaderos armatostes que valían más que un Volkswagen, con la creencia del gobierno que publicar en mimeógrafo en contra de sus políticas era ilegal. El movimiento de jóvenes del ´68 basó su propaganda en mimeógrafos en contra de Díaz Ordaz. Un salto espectacular lo cambió todo. La electricidad llegó a más hogares. La televisión nos engañó impunemente, pues ahora como con el internet, todos creían en las noticias de Jacobo, muerto hace poco.
Las ciudades se llenaron de cables telefónicos que obstaculizaban junto con el smog los amplios panoramas agrícolas convirtiéndolos en urbanos. Los armatostes se hicieron vehículos. La gente se hartó del campo y de su pobreza emigrando a las ciudades. Todo México llegó a Cancún y se hicieron llamar pioneros. Cuando sonaba el teléfono en casa un tropel de niños corría tras sus ganas de escuchar una vocecita en el auricular. Entre tanto jugábamos a ser grandes en nuestras bicicletas, triciclos y avalanchas de época.
Todo parecía con aires de renovación, se hablaba de administrar la riqueza que el petróleo nos traería. Pronto nos dimos cuenta de los enormes litorales que envolvían a nuestra patria. Comenzó la marcha al mar. Muchos para entonces hombres de campo dejaron olvidados el arado y el buey, para cambiarlos por las redes, los cordeles y las artes marinas. El gobierno entendió que ante tal maremoto tenían que otorgarles a los nuevos pescadores un carnet o libretas de mar, donde, por si acaso constara en el libretón que sabían nadar.
Nadie pensaba en almacenar el agua para entonces. Las tuberías llenas de presión colmaban los tinacos y tanques de cemento hasta al medio día. La presión era presión. Las casas tenían agua potable corriente y con la novedad de la tecnología con aditamentos de gas como el boiler. Sin fin de heridos trajo tal aparato al quemarles las pestañas y las cejas en la puja cotidiana de prender su piloto. Agua para todos pero para qué diablos calentarla si aquí hace un calor de diablos. No en tiempos de norte. Mi padre prefería seguir calentando sus tortillas antes que comerlas frescas. Mi abuelo prefería seguir tomando su café de xix de tortilla quemada.
En 1988 el huracán Gilberto golpeó con toda su fuerza como nunca nuestra estructura eléctrica y con ella el rebombeo del agua potable. Pero no impidió que la modernidad terminara de llegar. Aparecieron los primeros bloques de celulares que precisamente eso eran. Block de piedras pesadas. Hasta se inventó la profesión de cargador de celular. Persona que servía a los políticos de la época transportando su nuevo celular. La tecnología siguió avanzando excepto para el agua en Progreso. No se cambiaron tuberías, ni se planearon estaciones de rebombeo a pesar de surgir nuevos asentamiento en la periférica del municipio. Salinas le quitó tres ceros al peso mexicano.
Se hundió el Águila Dorada, un muro recuerda a los caídos en el mar. Progreso se atiborró de una energía inverosímil esa tarde noche. Todos acudieron a su cita con el mar. La CTM sirvió de morgue ¿Cuándo se puede decir que alguien es Progreseño? Cuando recuerda infinidad de acontecimientos vividos aquí. Un meridano le preguntó a otro meridano ¿Tienes casa aquí? ¿Eres progreseño por ello? Llegaron los camarones rosados y se fueron. Llegaron más huracanes pero a nadie le importó prepararse para el futuro construyendo el presente. En más de veinte años consecutivos, poco a poco, dejó de haber presión de agua. La gran mentira es creer que las cosas que están mal, sólo pueden empeorar.
¡Familias prepárense para el futuro! Parece advertir el tiempo presente. Dentro de poco las colonias ya no tendrán agua potable. Tendremos que regresar a lo que antaño se supuso como insalubre. Nuestras veletas y nuestros pozos. En Yucatán que es estratégicamente importante por la cantidad de agua que alberga, la abundancia no debe ser una bendición que disminuya. Se debe sólo a la ineptitud humana, al administrar un recurso de primera índole en nuestro lugar de residencia como si fuera cosa de nada. Los celulares y los televisores se hicieron más inteligentes que sus usuarios.
Impactará a las familias más vulnerables y luego poco a poco como ocurre actualmente se ahorcará el primer cuadro de la ciudad ¡Sin agua! No te preocupes probablemente el gobierno del estado reorganizará la hecatombe en el momento preciso. Indemnizará a los trabajadores, hablará con el sindicado, hará huecos y zanjas por todos lados, construirá tres cárcamos de rebombeo y el agua y alcantarillado de Progreso pasará a ser un parador de Cultur o de capital privado como Bepensa. Obras que serán inauguradas como regalos a Progreso en su cumpleaños número 200.
Mientras tanto el tiempo seguirá pasando. Tristemente para entonces, a pesar de tener un tecnológico lleno de futuros ingenieros ya no podremos perforar nuestros pozos pues esa actividad del subsuelo le pertenecerá exclusivamente a PEMEX y ya no podremos reconstruir nuestras veletas pues esa diligencia con las energías renovables le pertenecerá únicamente a la CFE.
El aljibe que construyó mi padre en pleno centro de la ciudad con ayuda del maestro Cimé, a pesar de los años es funcional, pero ahora necesita del apuntalamiento de una bomba “aqua” de medio caballo de fuerza para llenarse. Un servidor construye hoy en día su propia cisterna tengo tanta fe que ya compré por igual mi bomba "aqua", en espera de ver el aniversario 200 de Progreso. Le conté a mi hijo la historia de los mártires de Progreso que fueron asesinados por luchar por sus derechos laborales, en los antiguos pinos del ulterior cementerio.
¿Qué verán mis hijos? La caída del bastión ¿Quién es responsable? Ya te diste cuenta que el tiempo se detuvo en el reloj del Palacio Municipal. ¿Se echó a perder o espera con sabiduría a los turquesa? Justo se detuvo a la hora nona, a hora en que murió Cristo, a las 3.