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20 de Enero de 2025

Opinión

“En el mar la vida es más sabrosa”: padre Efraín Pérez Bojórquez

Recuerdo que hace un año, 6 de julio para ser exactos, en medio del nerviosismo y la tristeza dije a los hermanos de Valladolid: “Dicen que en el mar la vida es más sabrosa,

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Recuerdo que hace un año, 6 de julio para ser exactos, en medio del nerviosismo y la tristeza dije a los hermanos de Valladolid: “Dicen que en el mar la vida es más sabrosa, vamos a ver si es así como dice la canción.” Hace unos días uno de esos vallisoletanos testigos de mis osadas y atrevidas palabras me preguntó: “¿Entonces qué Padre? ¿En el mar la vida es más sabrosa?” Esa pregunta reconozco que me dejo pensativo hasta que logré formular la respuesta.

Y sí, hermanos, en el mar la vida es más sabrosa. Cuando hablamos de algo sabroso en nuestro lenguaje común hacemos referencia a una conjunción de sabores que bien entremezclados y en su justa medida nos dejan la sensación de un sabor agradable al paladar. Y eso es lo que experimento hoy, un sensación agradable, pero no al paladar de mi boca, sino al paladar del alma, del corazón, ese paladar siempre necesitado de la experiencia del amor.
En el mar la vida es más sabrosa, donde se conjugan diversos sabores, aparentemente contradictorios, pero que colocados en su justa dimensión y aprovechados al máximo, dan lugar a esa sensación y experiencia de alegría, satisfacción y felicidad.

Primero, el sabor de un cielo despejado y azul. Ese es el ingrediente divino. Dios en su infinito amor y providencia vela siempre por el bien de cada uno de sus hijos. Y los progreseños no son la excepción. Dios les bendice siempre abundantemente y eso uno lo percibe en la historia personal de cada uno, una historia que no sería la misma sin la presencia de la mano paternal y amorosa de Dios. En este tiempo compartido muchos de ustedes me han abierto el corazón y me han mostrado las huellas indelebles del amor de Dios en sus vidas, huellas que muchos agradecen en el día a día con su participación, inclusión, colaboración y comunión en la Iglesia. ¡Muchas gracias por mostrarme ese cielo despejado y azul! Un cielo que muestra la presencia de Dios en medio de ustedes.

Segundo, el sabor del sol abrasador y agobiante. Es el sabor del trabajo, que se gesta en el esfuerzo diario y cotidiano de los quehaceres de la vida. Es el sabor de aquellos que buscan el Reino de Dios y su justicia divina, el sabor de tantos Papás y Mamás que buscan siempre lo mejor para sus hijos, el sabor de todo trabajador que da lo mejor de sí ahí donde labora, el sabor de las autoridades y comerciantes que viven coherentemente su fe a pesar de las malas corrientes y rechazos. Y para mí, es el sabor de una Parroquia cargada de mucho trabajo, una parroquia en que no había día sin un compromiso, una cita, una bendición, un sacramento, un servicio, una junta. Este es el sabor de nuestra Parroquia que crece a base del esfuerzo y el testimonio de muchos de ustedes. Hermanos, ¡Muchas gracias por darme a saborear de ese sol que ilumina sus vidas! ¡Ese sol que no conoce el ocaso: Jesucristo en medio de todos ustedes! ¡Nunca pierdan ese sabor!

Tercero, el sabor de la brisa refrescante. Es el sabor de la presencia del Espíritu Santo Consolador, ese Espíritu que sopla en medio de nuestra comunidad y sopla donde quiere. Ese sabor lo percibimos en la variedad de los apostolados, grupos y servicios de nuestra Parroquia, es el sabor que cada zona agrega al conjunto de la comunidad. Es esa brisa que nos impulsa a vivir en el amor y la común unión, una brisa siempre renovadora y juvenil, una brisa que renueva constantemente nuestras vidas y apostolados. Hermanos, no pierdan nunca esa brisa. Recuerden que lo que no se renueva está destinado a perecer y desaparecer.

Cuarto, el sabor del agua salada. Lo que representa el trigo y la cizaña en la experiencia de la tierra, en el puerto es el agua salada. Que misterio tan grande que un elemento como el agua, capaz de vivificar y purificar, se entremezcle con la sal, y que esa mezcla por instinto no seamos capaces de beberla. Es el misterio de la vida, donde se conjugan las bendiciones de Dios y la fragilidad humana. Lo sabemos, ninguno de nosotros es perfecto, ninguno por méritos propios forma parte de la Iglesia, todo es don. Nuestra Iglesia se conforma de personas con fragilidades, pero que a diferencia de muchas otras, éstas quieren perseverar y crecer. ¡Cuántas historias suyas en el confesionario o la dirección espiritual! Historias preciosas de cambio y conversión. Historias que demuestran que en la vida no todo es malo. Así es nuestra vida hermanos, como el agua salada, como el trigo y la cizaña. ¡Nunca dejen de luchar por un mundo, una comunidad, una familia y una vida mejores!

Quinto, el sabor de la arena. En la historia de Abraham, la arena es el signo de la promesa de Dios a su pueblo: haré de ti una nación grande. Esta es la promesa de Dios a todo pueblo y nación que busca su voluntad, la promesa de la fecundidad. Y vaya que Progreso es fecundo. Y creo que podría ser aún más fecundo. Quizás no se han percatado de todas las potencialidades que cada uno de ustedes tiene o no las quieren ver. Pero las hemos visto, y en algunas ocasiones fue tema de plática entre nosotros los padres. Creo firmemente que tienen mucho para crecer pero que a veces la desidia, la pereza o la indiferencia les gana. La arena ahí está, solo falta que ustedes se decidan aprovecharla.

Por último, el sabor de un horizonte sin final. ¿Quién de ustedes no ha ido al amanecer o al atardecer en la playa y observado el horizonte? Un horizonte que da la impresión de no tener final. Los que se dedican a la pesca, seguramente lo perciben ahí en altamar con mayor asombro y grandeza. Es el horizonte a donde debemos caminar, un horizonte que no tiene final, el horizonte de la vida eterna. Todos queremos llegar ahí, al cielo que Dios nos tiene prometido. Cada vez que se sientan mal o crean que las cosas no salen bien, vayan a la playa y recuerden que ese es el destino, y que por muy difíciles que sean las tempestades, cuando llegue la calma, el horizonte estará siempre ahí visible. El horizonte de la vida eterna debe ser siempre la brújula que guíe nuestras vidas.
Todo esto me lleva a concluir que sí: en el mar la vida es más sabrosa. En el mar la felicidad es posible. En el mar la salvación es patente y alcanzable. Agradezco a Dios por haberme enviado aquí. Agradezco al Señor Cura Párroco, por permitirme hacer la experiencia de Parroquia en comunión y colaboración. Les agradezco a ustedes por darme a probar de ese sabor propio de Progreso.

Cuando me despedí de Valladolid, les dije a los vallisoletanos que fui feliz en medio de ellos y que estaba seguro que en Progreso también lo sería. Hoy les digo a ustedes, que esa esperanza de felicidad se hizo realidad y eso me da la seguridad de que en Fátima seré igualmente feliz. Porque la verdadera felicidad se encuentra cuando se busca la voluntad de Dios y no la propia, porque cada oportunidad de decisión en nuestra vida, si viene iluminada por Dios, al final obtendremos las satisfacciones que vienen de Él.

¡Gracias hermanos por todo lo que hemos podido vivir! ¡Gracias por permitirme crecer con ustedes! ¡Gracias por este año y una semana que pudimos compartir! ¡Gracias porque muchos me brindaron su amistad sincera y desinteresada! ¡Gracias porque muchos me abrieron las puertas del corazón para recibir por mi medio las gracias divinas! ¡Gracias porque muchos me abrieron las puertas de su casa con cariño y amabilidad! ¡Gracias por sus gestos de cercanía, colaboración y comunión! ¡Gracias por haberme enseñado que… En el mar la vida es más sabrosa! ¡Muchas gracias!

En el mar la vida es más sabrosa, donde se conjugan diversos sabores, aparentemente contradictorios, pero que colocados en su justa dimensión y aprovechados al máximo, dan lugar a esa sensación y experiencia de alegría, satisfacción y felicidad.

Primero, el sabor de un cielo despejado y azul. Ese es el ingrediente divino. Dios en su infinito amor y providencia vela siempre por el bien de cada uno de sus hijos. Y los progreseños no son la excepción. Dios les bendice siempre abundantemente y eso uno lo percibe en la historia personal de cada uno, una historia que no sería la misma sin la presencia de la mano paternal y amorosa de Dios. En este tiempo compartido muchos de ustedes me han abierto el corazón y me han mostrado las huellas indelebles del amor de Dios en sus vidas, huellas que muchos agradecen en el día a día con su participación, inclusión, colaboración y comunión en la Iglesia. ¡Muchas gracias por mostrarme ese cielo despejado y azul! Un cielo que muestra la presencia de Dios en medio de ustedes.

Segundo, el sabor del sol abrasador y agobiante. Es el sabor del trabajo, que se gesta en el esfuerzo diario y cotidiano de los quehaceres de la vida. Es el sabor de aquellos que buscan el Reino de Dios y su justicia divina, el sabor de tantos Papás y Mamás que buscan siempre lo mejor para sus hijos, el sabor de todo trabajador que da lo mejor de sí ahí donde labora, el sabor de las autoridades y comerciantes que viven coherentemente su fe a pesar de las malas corrientes y rechazos. Y para mí, es el sabor de una Parroquia cargada de mucho trabajo, una parroquia en que no había día sin un compromiso, una cita, una bendición, un sacramento, un servicio, una junta. Este es el sabor de nuestra Parroquia que crece a base del esfuerzo y el testimonio de muchos de ustedes. Hermanos, ¡Muchas gracias por darme a saborear de ese sol que ilumina sus vidas! ¡Ese sol que no conoce el ocaso: Jesucristo en medio de todos ustedes! ¡Nunca pierdan ese sabor!

Tercero, el sabor de la brisa refrescante. Es el sabor de la presencia del Espíritu Santo Consolador, ese Espíritu que sopla en medio de nuestra comunidad y sopla donde quiere. Ese sabor lo percibimos en la variedad de los apostolados, grupos y servicios de nuestra Parroquia, es el sabor que cada zona agrega al conjunto de la comunidad. Es esa brisa que nos impulsa a vivir en el amor y la común unión, una brisa siempre renovadora y juvenil, una brisa que renueva constantemente nuestras vidas y apostolados. Hermanos, no pierdan nunca esa brisa. Recuerden que lo que no se renueva está destinado a perecer y desaparecer.

Cuarto, el sabor del agua salada. Lo que representa el trigo y la cizaña en la experiencia de la tierra, en el puerto es el agua salada. Que misterio tan grande que un elemento como el agua, capaz de vivificar y purificar, se entremezcle con la sal, y que esa mezcla por instinto no seamos capaces de beberla. Es el misterio de la vida, donde se conjugan las bendiciones de Dios y la fragilidad humana. Lo sabemos, ninguno de nosotros es perfecto, ninguno por méritos propios forma parte de la Iglesia, todo es don. Nuestra Iglesia se conforma de personas con fragilidades, pero que a diferencia de muchas otras, éstas quieren perseverar y crecer. ¡Cuántas historias suyas en el confesionario o la dirección espiritual! Historias preciosas de cambio y conversión. Historias que demuestran que en la vida no todo es malo. Así es nuestra vida hermanos, como el agua salada, como el trigo y la cizaña. ¡Nunca dejen de luchar por un mundo, una comunidad, una familia y una vida mejores!

Quinto, el sabor de la arena. En la historia de Abraham, la arena es el signo de la promesa de Dios a su pueblo: haré de ti una nación grande. Esta es la promesa de Dios a todo pueblo y nación que busca su voluntad, la promesa de la fecundidad. Y vaya que Progreso es fecundo. Y creo que podría ser aún más fecundo. Quizás no se han percatado de todas las potencialidades que cada uno de ustedes tiene o no las quieren ver. Pero las hemos visto, y en algunas ocasiones fue tema de plática entre nosotros los padres. Creo firmemente que tienen mucho para crecer pero que a veces la desidia, la pereza o la indiferencia les gana. La arena ahí está, solo falta que ustedes se decidan aprovecharla.

Por último, el sabor de un horizonte sin final. ¿Quién de ustedes no ha ido al amanecer o al atardecer en la playa y observado el horizonte? Un horizonte que da la impresión de no tener final. Los que se dedican a la pesca, seguramente lo perciben ahí en altamar con mayor asombro y grandeza. Es el horizonte a donde debemos caminar, un horizonte que no tiene final, el horizonte de la vida eterna. Todos queremos llegar ahí, al cielo que Dios nos tiene prometido. Cada vez que se sientan mal o crean que las cosas no salen bien, vayan a la playa y recuerden que ese es el destino, y que por muy difíciles que sean las tempestades, cuando llegue la calma, el horizonte estará siempre ahí visible. El horizonte de la vida eterna debe ser siempre la brújula que guíe nuestras vidas.
Todo esto me lleva a concluir que sí: en el mar la vida es más sabrosa. En el mar la felicidad es posible. En el mar la salvación es patente y alcanzable. Agradezco a Dios por haberme enviado aquí. Agradezco al Señor Cura Párroco, por permitirme hacer la experiencia de Parroquia en comunión y colaboración. Les agradezco a ustedes por darme a probar de ese sabor propio de Progreso.

Cuando me despedí de Valladolid, les dije a los vallisoletanos que fui feliz en medio de ellos y que estaba seguro que en Progreso también lo sería. Hoy les digo a ustedes, que esa esperanza de felicidad se hizo realidad y eso me da la seguridad de que en Fátima seré igualmente feliz. Porque la verdadera felicidad se encuentra cuando se busca la voluntad de Dios y no la propia, porque cada oportunidad de decisión en nuestra vida, si viene iluminada por Dios, al final obtendremos las satisfacciones que vienen de Él.

¡Gracias hermanos por todo lo que hemos podido vivir! ¡Gracias por permitirme crecer con ustedes! ¡Gracias por este año y una semana que pudimos compartir! ¡Gracias porque muchos me brindaron su amistad sincera y desinteresada! ¡Gracias porque muchos me abrieron las puertas del corazón para recibir por mi medio las gracias divinas! ¡Gracias porque muchos me abrieron las puertas de su casa con cariño y amabilidad! ¡Gracias por sus gestos de cercanía, colaboración y comunión! ¡Gracias por haberme enseñado que… En el mar la vida es más sabrosa! ¡Muchas gracias!

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