Por Ricardo Rocha
“Puedo cantar el himno más triste esta noche”, eso pensé ayer como tal vez millones de mexicanos, parafraseando al poeta.
Si exagero díganmelo por favor, pero creo que son las fiestas patrias más jodidas, desangeladas y aguadas de todos los tiempos. Y es que, para empezar, se nos juntaron las tres pandemias: la sanitaria con más de 70 mil muertos ya, mientras el vocero López-Gatell sigue haciendo gracejadas con su insoportable soberbia; la económica, con 10 millones de desempleados y nuevos pobres y un decrecimiento de hasta 18 por ciento en este fatídico 2020; y la social, con cientos de miles de desquiciados por el encierro, malbaratando sus bienes y aterrados por una criminalidad aterradora y cada vez más violenta en ciudades y pueblos. Eso y una pobreza que muerde y enseña los dientes, están provocando gritos por donde quiera. Gritos que se oyen, pero no están siendo escuchados:
-En Chihuahua, no hubo “una mujer que murió”, tenía nombre y apellido, Jéssica Silva, y fue acribillada por la espalda por los esbirros de la Guardia Nacional en la presa La Boquilla, que sigue tomada por los agricultores en creciente tensión con los federales armados que los rodean. Los pastizales están secos y una chispa puede incendiarlos en cualquier momento. Nomás acuérdense de las cosas que han pasado en esas tierras broncas.
-En Chiapas, aunque menospreciado como ya es costumbre, se proclamó un grupo rebelde en Ocosingo, seguramente hijo o nieto de aquel EZLN, que no ha muerto. “Es muy sencillo —han dicho— por estas selvas no pasará ningún Tren Maya”.
-Morelos, por el estilo: “Agua sí, Termo no…esta es tierra zapatista”, pintan su raya cientos de ejidatarios que aseguran que primero muertos que permitir la construcción de una hidroeléctrica de la que nadie ha podido o querido convencerlos; ni siquiera el sabio Cuau, que acaba de reinventar las matemáticas.
-La que pasó de tragicomedia chuletesca a tragedia de tiempo completo es la confrontación de los grupos feministas de todo el país, contra el gobierno de la 4T. Antier, en la CNDH del Centro Histórico, golpearon y quemaron una piñata del presidente. El mismo López Obrador que menospreció aquella marcha multitudinaria de febrero pasado y de la que se enteró “casualmente”. Esta batalla sin fin es la más rabiosa de las manifestaciones de hartazgo prematuro hacia un hombre que, en campaña, nadie hubiera imaginado lo que es hoy: el responsable de una cadena de agravios que ahora se han hecho furia en las mujeres que reclaman justicia para sus hijas torturadas, violadas, desaparecidas o muertas.
En respuesta, el gobierno de supuesta izquierda tiene solo dos afanes: juzgar a los expresidentes del pasado, culpables de todos los males del presente, y vender en cachitos el avión del absurdo que ha hecho cachitos al país.
Un México polarizado, dividido y enfrentado entre pobres y ricos, chairos y fifís, incondicionales y traidores. Donde unos lloran su depresión en el encierro maldito de la pandemia, pero otros marchan y gritan en las calles y algunos más guardan los fusiles en hoyos bajo el petate en las chozas serranas de Oaxaca y Guerrero. Pa cuando se ofrezca.
Para colmo, ahora nos salen con que Hidalgo fue un cura chiflado y desmadroso y no el sacerdote iluminado y Padre de la Patria.
A propósito, ¿alguien ha visto algún puesto de banderitas? ¡Avísenme, como cuates, para comprarme una!