Un fuerte siseo acompañado de una densa humareda, observados el 28 de diciembre de 1957 en el cielo de la ciudad de San Luis Potosí, eran constancia del inicio de la investigación espacial en México. Un grupo de estudiantes y profesores de la recién creada Escuela de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) se dieron a la tarea de impulsar la creación de cohetes, en un proyecto que más tarde se conocería como Cabo Tuna.
Al cumplirse el primer año de actividades de la Escuela de Física en el año de 1957, el doctor Gustavo del Castillo y Gama —fundador de la escuela— comenzó el proyecto de diseño y lanzamiento de cohetes, buscando vincular a los alumnos en actividades de investigación que reforzaran su formación científica. De acuerdo con el propio doctor Castillo y Gama, esta inquietud surgió buscando una solución a la problemática de la sequía, ya que lo que se buscaba era generar artefactos que le permitieran detonar cargas explosivas en las nubes para provocar lluvia, además de generar un valor educativo para los estudiantes de física.
Para esos entonces, se había instalado en la UASLP el segundo laboratorio de radiación cósmica de América Latina, y uno de los cuatro que había en el mundo. Esta línea de investigación se enlazaba directamente con el proyecto espacial, bajo la propuesta de detectar rayos cósmicos en la alta atmósfera a través de detectores instalados en dichos cohetes.
Durante los primeros ocho meses de trabajo, se logró el diseño de un cohete de combustible sólido que se probó el mes de noviembre de 1957 en el viejo campo de golf de la ciudad (un mes después del lanzamiento del Sputnik 1 y dos años antes que china lanzara su primer cohete de combustible líquido). Sin embargo, no se considera como lanzamiento oficial puesto que el cohete explotó en la torre de lanzamiento, a lo cual el físico Candelario Pérez Rosales relata, “esa misma mañana se hicieron otros dos intentos con resultados desastrosos”.
Con la experiencia recabada en esta prueba, el cohete bautizado como Física 1 se convertía en el primer lanzamiento exitoso, con 1.7 metros de longitud y ocho kilogramos de peso surcó los cielos potosinos para alcanzar una altura de dos mil 500 metros, siendo el primer cohete lanzado en México con fines científicos.
Como lo relata Pérez Rosales en su libro Física al amanecer, cuatro meses después se lanzó un nuevo cohete con avances importantes, pues se le había incorporado un paracaídas y un dispositivo electromecánico para desplegar el paracaídas al iniciar el descenso, esto constituía de por sí un avance en la tecnología de recuperación de equipo.
Para 1963, y después de algunos años de estancamiento, resurge la investigación y desarrollo de cohetes en la universidad potosina, retomada con el Zeus 1, el cual logró alcanzar una altura de 10 kilómetros. La azotea del edificio de la universidad sirvió para realizar las pruebas, con el apoyo del rector de la universidad, Manuel Nava, se montó una torre y se hizo un cuarto subterráneo cerca, desde donde se tomaba película con una de las cámaras fotográficas rápidas de 35 milímetros.
Para entonces, el viejo campo de golf empezó a ser conocido como Cabo Tuna, dadas las características de la región.
Los logros obtenidos en aquella primera etapa
Durante la década de los sesenta se lanzaron en Cabo Tuna varios cohetes; la serie de los Zeus fue dirigida por el profesor Juan Cárdenas, y constó de nueve lanzamientos, el último de ellos de dos etapas. Para fines de los años sesenta, y bajo la tutela del físico Gerardo Saucedo, surgen los Filoctetes.
En entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, Saucedo Zárate comentó que el doctor Juan Cárdenas proporcionó el material para retomar las investigaciones, el cual se complementó con tecnología actualizada, y puntualizó que “se buscó tubo para calderas, porque es más resistente; el tubo de acero inoxidable y sin costuras se obtuvo de la refinería de Pemex, mientras que los maquinados para dar forma al cohete y la tobera se realizaron en un taller de la Facultad de Medicina de la UASLP”.
Estos diseños eran de dos y tres etapas, logrando avances en cada lanzamiento; finalmente, en 1972 los estudiantes del instituto realizaron el último lanzamiento desde el ya famoso Cabo Tuna, el Filoctetes II, un cohete de dos etapas, que puso fin a una época de la primera época espacial potosina.
Con la salida de los fundadores del proyecto, este se interrumpe y queda reducido a un trabajo inspirador de los estudiantes. Sin embargo, el legado de Cabo Tuna se observa en la creación del Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre, a cargo del físico Saucedo Zárate, asociación civil que tiene como objetivo la gestoría y difusión de proyectos viables en el área aeroespacial.
Era espacial del siglo XXI
En los últimos años, estas investigaciones se han retomado con muy buenos resultados, en entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, el físico Gerardo Saucedo Zárate habló de la experiencia en esta segunda etapa.
Instituto Mexicano del Espacio Ultraterrestre (Inmeu)
Esta asociación civil fue fundada por Gerardo Saucedo Zárate, quien comenta: “Decido retomar porque al cerrarse la Comisión Nacional del Espacio Exterior, no había quien hiciera investigación al respecto, me di cuenta que era necesario dar un esfuerzo para que la ciencia y tecnología del espacio se desarrolle en México”.
Actualmente esta asociación radica en la ciudad de San Luis Potosí, donde ya se cuentan avances en el desarrollo de cohetes. Los investigadores del Inmeu han logrado la construcción de dos cohetes, que se buscarán lanzar para el segundo semestre del año, gracias al apoyo de la Secretaría de la Defensa Nacional y la Fuerza Aérea Mexicana, quienes facilitarán los campos de pruebas de Santa Gertrudis en Chihuahua.
Características de los cohetes
Los diseños realizados en esta segunda etapa cambian su base de propulsión, ya que ahora emplean combustible líquido. El cohete Juan Fernando Cárdenas Rivero (JFCR-2000) cuenta con seis metros de longitud y un peso aproximado de 96 kilogramos, y se espera llegue a una altura de 80 kilómetros, bajo mil libras de empuje.
Por su parte, los ingenieros Víctor Hugo Herrera Llanas y Eduardo González Hernández, colaboradores del proyecto, agregaron que el diseño de los cohetes ha sido muy minucioso. En los últimos dos años, han perfeccionado el diseño y selección de partes, basado en las experiencias de las pruebas frías que han realizado.
Agregaron que durante las pruebas se verificó que no hubiera fugas en el diseño para dejarlo a punto antes de hacer pruebas en caliente con combustible, indicaron que se han realizado pruebas de propulsión, de flujo, de combustión, mediciones internas al motor, del gasto del líquido y del oxidante para ver cómo se va comportando la combustión en el motor.
A diferencia de los cohetes fabricados en la UASLP en la década de los sesenta, se propone el uso de combustible líquido, con esa idea y basado en el estado del arte encontrado, se planteó la nueva arquitectura. Herrera Llanas y González Hernández indicaron que otra de las ventajas del cambio de combustible es su relativa facilidad de control en variables como el flujo y la presión, además de que es más ligero que el cartucho usado hace cuatro décadas.
Puntualizaron que el objetivo a corto plazo de este cohete es transportar nanosatélites y para ello se tienen pruebas programadas para finales de junio, en Chihuahua. Cabe resaltar que este trabajo cuenta con la colaboración de la empresa CuantumLabs Aeroespacial, en el desarrollo del cohete JFCR-2000.