El genio comienza las grandes obras, pero sólo el trabajador las acaba. Joseph Jourbert
Termina lo que empiezas. En la vida he dejado muchas cosas sin acabar. Se quedaron a la mitad o estancadas, otras no prosperaron o de plano muchas de ellas fracasaron. Con el tiempo eso me ha llevado a creer que las acciones en nuestros proyectos, cobran relevancia no tanto porque las iniciamos sino porque las concluimos.
Cabe aclarar que el iniciar o el terminar son conceptos que existen en nuestra mente, en la realidad sólo son ideas concebidas por nosotros mismos, que comúnmente tienen que ver con nuestro sistema de creencias infantiles. Ese sistema de creencias que tiene su luz primera en el amanecer de nuestra infancia, ubicado justo al iniciar los estudios de primaria alrededor de los seis años.
Todo lo que nos dicen en esa época lo recordamos nítidamente. Época en la que el infante ya se identifica así mismo como “sí mismo” y puede distinguir rudimentariamente lo bueno de lo malo. Es cuando nuestro cerebro y nuestra conciencia aprenden unas simples ideas que darán sentido a todo lo que haremos en el futuro.
Es justo cuando se crea la idea de “terminado” e “inconcluso”. Los grandes círculos de nuestra vida son precisamente esos ciclos eternos que se repiten una y otra vez, en cuanto los tenemos abiertos. En nuestro trabajo, en nuestra la familia, con nuestros hijos, en la escuela, en nuestros negocios nuestros círculos abiertos nos sirven para tener presente constantemente lo que para nosotros es importante. Todas nuestras pretensiones y proyectos giran en torno de esos círculos o esferas que se mantienen abiertos hasta que uno decide cerrarlos.
Las cosas más simples como hacer la tarea, limpiar la casa, bañarnos, arreglar nuestros utensilios y la forma correcta en que lo debemos de hacer, queda enmarcado dentro de una creencia que aprendimos en nuestra infancia. Esas son las reglas o normas de nuestro sistema de creencias que hemos adoptado como relevante para nuestra vida presente. Cabe señalar que esas creencias no siempre son correctas.
La idea de “completo” o “incompleto” es sólo una de tantas creencias que hemos desarrollado o aceptado nosotros mismos. Dejar, por ejemplo, los trastos sucios en el lavadero, antes de irnos a dormir es dejar un círculo abierto para el día siguiente.
¿Lo cerramos o lo dejamos abierto? En ocasiones eso tiene que ver con nuestra propia conveniencia. Estos círculos también se vinculan con nuestras relaciones sociales. Nuestros afectos, nuestros cariños, nuestras amistades también pueden ser círculos abiertos a cualquier intercambio, vivos en cuanto nos aportan algo positivo, e incluso siendo nuestro sustento emocional en muchas ocasiones. Sin embargo no todos los círculos emocionales son dignos o merecedores de permanecer abiertos.
Las heridas del pasado ocasionadas por sin fin de relaciones y amores fallidos o mal logrados son brechas en el camino que hay que cerrar para seguir avanzando. Igualmente los regaños e exigencias injustificadas que recibimos en nuestra infancia, permanecen tristemente sustentadas como hechos verdaderos que no tienen por qué seguir existiendo.
En una ocasión un militar de alto rango mandó a pintar la sillita de su hija. Para que nadie se sentará en ella en cuanto se secaba la pintura, ordenó hacer una guardia de dos soldados todo el día mientras se ocultaba el sol. El militar de alto rango se olvidó se su orden y partió. Ese día desapareció de este mundo, pero la guardia de soldados siguió haciéndose sin sentido, todos los días cuidando una sillita, que ya nadie en el cuartel sabía para que servía.
Así funciona nuestro sistema de creencias antiguo. Tenemos órdenes intelectuales, ideas preconcebidas de cómo deben de ser las cosas y el mundo. Cuando nos confrontan con ellas simplemente no tenemos respuesta alguna, pues fueron dadas por un militar de alto rango.
Cuando una persona evoluciona a un nivel mayor de moralidad, respalda sus propios principios y valores éticos, incluso su propia taxonomía moral no en lo que los demás piensan de ellos, ni en las reglas establecidas por las instituciones sociales, tales como las iglesias, las escuelas y las propias familias. Cuando el individuo se da cuenta que las normas deben de venir de su propia forma de ver la realidad, es cuando se empieza a cuestionar estas creencias infantiles que han regido su vida por tantos años.
¿Qué tiene que pasar para que esto ocurra? Las experiencias pico señaladas por Maslow en su teoría humanista son una de tantos señalamientos en nuestra ruta de mejora. De igual forma nuestras experiencias catastróficas pueden quitarnos la venda de los ojos. El sobrevivir a algo fatal, el enfermarnos y salir airosos, el viajar y conocer otras realidades, el valernos por nosotros mismos enfrentándonos a un mundo arisco, son solo algunas de las muchísimas situaciones que pueden recentrar nuestra taxonomía de valores a una escala personal de los mismos.
Terminar lo que empezamos lleva consigo una meta a seguir. Requiere la concientización de nuestras acciones dirigidas a un propósito deseable. Estar en estado de vigila al hacernos cargo de nuestra propia existencia, en la mayoría de las veces implica un esfuerzo mental. Por el contrario cuando nuestras acciones se realizan en piloto automático, estas pierden intencionalidad siendo dirigidas por la marea de eventualidades que nos conducen a cualquier lugar.
En cambio cuando despertamos de nuestro letargo, despertamos también a un mundo de responsabilidad por lo que pueda sucedernos. La responsabilidad no debiera ser un punto al cual temerle, sino al contrario es el reforzador común de nuestros actos. La responsabilidad nos hace saber que existimos por nosotros mismos. El saberte responsable de algo bueno te llena de aliento para continuar día con día.
De igual forma nuestros actos no están totalmente determinados. El buscar una meta buena, con los hilos inesperados de esta realidad, no siempre nos conduce a algo bueno. Aunque tus intenciones siempre sean bienhechoras, las cosas también pueden salir mal. Asumir esa parte de desatino es también nuestra responsabilidad.
Para entonces, cuando las cosas no salen como las esperamos, podemos mirar en retrospectiva nuestros errores, aprender de ellos y continuar hacia el futuro. El continuar podrá tener entonces la virtud de la experiencia. Experiencia que solo te aportan tus errores cometidos en el pasado. Aun así las críticas y los señalamientos a los que estaremos sometidos no debieran interesarnos tanto.
Ser incluso el hazmerreír de los demás es aprender de nuestras derrotas. El tropezar en una carrera cuando se busca llegar a la meta pasa incluso en las olimpiadas. Evitar buscar la complacencia de los demás, el evitar obtener la aprobación de los demás, es un arma poderosísima en tu bienestar. Es fácil señalar las equivocaciones ajenas, es simple mostrar a los demás en que se equivocó tal o cual persona. La crítica sistematizada en cuanto a las personas mismas, es necesaria, pero sólo cuando es dirigida en primera instancia hacia sí mismo, antes que a los demás.
Terminar lo que empezamos implica entonces equivocarnos en nuestras metas. Fallar, errar, caer. No significa un abandono de nuestros ideales, sobre todo si la persona es joven, implica un mayor esfuerzo en cuanto generar la cultura de la lucha propia. Cambiar la dirección, identificar elementos para redireccionar nuestras metas, en muchas ocasiones en base a nuestras experiencias vividas, es la manera adecuada de avanzar.
En ocasiones también nos puede pasar lo que dice el adagio “empezamos mal y terminamos bien, pocos ojos lo ven”. Cuando recomponemos sobre la marcha, cuando viramos súbitamente la dirección de nuestros actos, porque los actuales no nos están conduciendo a donde queremos, podemos obtener de “empezar mal” un “terminar bien”.
Sin embargo trata desde el inicio de tus proyectos de realizar tus acciones siguiendo un orden lógico. “No se terminan de destruir los andamios si no se han acabado siquiera los cimientos”. Ordena las acciones a seguir. Dependiendo de tu imaginación, realiza en tu mente los pasos que tendrías que realizar para llegar a tus metas. El orden en tu proceder te llevará a objetivos intermedios incluso inesperados.
Las personas, la mayoría de las ocasiones, saben a dónde quieren llegar, pero tienen un problema en el camino que siguen para obtener sus resultados. Los pasos en orden, en tiempo, en recursos, en momentos son equivocados. Cuando te enfrentes a ello piensa de lo elemental hasta lo grandioso. No al revés. Si empiezas pensando en alcanzar lo grandioso antes de ejecutar las pequeñeces, te frustrarás porque tu orden lógico está invertido.
Sólo una vez alcanzados tus pequeños pasos hacia el futuro podrás pensar en seguir creciendo. Una clave para no hacer tan largo el camino hacia tus ideales, es irte autoreforzando y encontrando sentido a lo pequeño de tus primeros pasos. El identificar el gozo en lo más mínimo es un signo de madurez. Esos alicientes que tú conoces y que te darán una pequeña zona de descanso mientras te esfuerzas por conseguir lo que tienes, son inestimables.
Además el terminar lo que empezamos por si sólo es fuente de autoestima. El esforzarnos para conseguir lo que queremos tiene un precio alto, pero es un satisfactor mayor. Valoramos más aquellas cosas que nos han costado esfuerzo conseguir. Eso nos da seguridad para enfrentar futuros retos y desafíos. El autoestima alta se relaciona con mayores puntajes académicos en la escuela, mejores relaciones personales y en general una satisfacción mayor con nosotros mismos.
Tres vertientes para terminar lo interminable son la practicidad, la organización y la integración mental. Las cosas nos vencen, el cansancio nos hace presa, el tiempo nos abruma. En la medida que no desfallezcas en tus actos por acabar tendrás la oportunidad de ir creando una convicción para terminar los futuros proyectos. Para ello se práctico, organizado e integrado.
Práctico en la medida de no pensar obsesivamente en fincarte metas inalcanzables; organizado pensando en tus propios recursos que puedes tener para llevar a buen fin tus actos. Integrado para determinar qué información es relevante y que información no lo es. Estos tres apartados te llevarán no sólo a economizar sino a mantenerte en un estado emocional aceptable para concluir lo que empiezas. PRÁCTICO, ORGANIZADO E INTEGRADO.
No pierdas el tiempo en metas superfluas o en comentarios sin sentido. No procrastines (Evita holgazanear). Quizá lo que haces no tiene sentido para los demás, pero si es valioso para ti. Pase lo que pase sigue avanzando y sólo detente para retroalimentarte exterior e interiormente. Cuando pienses en desfallecer siéntete un sobreviviente del más temible huracán o tsunami, pues para entonces habrá muchos otros que habrán desistido.
Resiste más que los demás, empéñate más que los demás, sueña más que los demás. Las metas no se consiguen de un día para otro, pero lo que siembres hoy cosecharás mañana. Al acabar el día, al acabar la semana, al acabar la quincena, al acabar el mes o el año, analiza tus recuerdos y pregúntate: ¿Qué he alcanzado hasta el día hoy? ¿Qué he sembrado hasta el día de hoy?
Cuando hagas ese balance encontrarás acciones tuyas que te enriquecen y te enaltecen. Otras tantas te darán riza, otras pena y finalmente otras más te harán sentir satisfecho. Toma en cuenta todas ellas, intégralas a ti en la medida que se relacionen con tu esfuerzo diario, tus metas y tú autoestima. Toma en cuenta también los pequeñísimos o enormes avances que hayas obtenido. Todas nuestras acciones cuentan.
Las metas, los sueños y los ideales … esos depende de ti.