Siempre arduo preocupado por sus motivos. Razones que siempre reconoció diferentes a las de este mundo. Darle al César lo que es del César. Darle a Dios lo que es de Dios. Organiza su propósito en un solo fin y va tras él. Las cosas que le importan son las espirituales, las cosas de Dios que se resumen en tan sólo dos mandatos. Quizá en su boca sonaran más a propuestas que a órdenes: Amarás a Dios sobre todas las cosas y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
En este mundo actual sería humilde. Seguramente no llevó nunca consigo moneda alguna y con una súplica esperanzadora, aún consciente de ser dueño de todo, le imploraba al Padre el pan nuestro de cada día.
Sin duda de pocas palabras. Pero de palabras sabias. Sería un hombre actual prudente en sus comentarios, pero preciso en sus enseñanzas. Ninguna palabra dejó escrita de su puño y letra, pero hombre de modelos, arrastraba a miles y miles sin micrófono. Con la pujanza del ejemplo.
Maestro de Maestros, usando una técnica sencilla y arrolladora. Empleaba las parábolas para que la gente lo entendiera. Parábolas dulces, parábolas duras, parábolas sencillas. Que sin duda alguna su uso implicaba una inteligencia muy amplia. Parábolas siempre exactas y abiertas a la interpretación de quien las escuchaba, al convivir con todo tipo de gente.
Sólo una parábola explicó a petición de su amigo. Pero dejaba siempre a los demás, el esfuerzo mental para resolverlas, interpretarlas e internalizarlas. Ese es el rasgo que me sugiere indicar que maestro, sólo uno. Él.
Democrático verdadero, pues ninguna posición social, oficio y envestidura impidió que él se sentara con ellos a departir, a enseñar, a vivir. Las personas eran todas, para él sin aspavientos de grandezas, injurias de pecadores o empatía de cercanos. Él quería a todos. Y todos eran todos.
Hombre de hoy sin miedo. Que con látigo en mano no dudó un instante en separar el comercio de la casa de su padre. Sin duda pobre en posesiones y rico en amor. Pensaba siempre más en el reino de los cielos, que en los reyes de la tierra. Parábola durísima para los poderosos y adinerados de hoy en día, que justamente exponía: "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos".
Hombre trabajador que no le importaban los días de guardar para curar. Hombre que caminó distancias con sus sandalias de época. Pero hombre líder que aconsejaba, consolaba, regañaba y ordenaba a sus discípulos. Enorme sapiensa de saber distinguir en qué momento hacer cada una de estas acciones.
Inmensamente tierno con los niños que veía en ellos, seguramente, puras almas dignas del cielo. Así seguramente era su talante, como el de un niño límpido, diáfano, cristalino. Niño que cree en la bondad, que cree en el bien, que confía en su padre, que ama siempre a todos. Hombre igualitario en su trato hacia con hombres y mujeres.
Hasta en su muerte perdonó a quienes lo crucificaron y le confirieron un tormento atroz. Perdón incondicional, así como nosotros perdonamos a quienes nos crucifican. Hombre agradecido y con buen ojo clínico para saber distinguir a aquellos que se encuentran más cerca o más lejos de Dios. Ya sabrá Dimas en sus horas póstumas que arrepentido recibió la promesa que nadie más ha escuchado de la boca de él. —De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Hombre pulcro pero no un dandi, ni esbelto, ni bello. Quizá de rostro común como todos los hombres de su época, época ruda que probablemente le haya prodigado manos gruesas y toscas. Manos al fin de pescador. Manos fuertes y robustas que contrastaban en todo con esa simple palabra que resume su mensaje: AMOR.