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08 de Junio de 2024

Opinión

El vaso de cristal roto

“Orden y Progreso”; es una frase filosófica de Auguste Comte considerado el fundador de la Sociología y el padre del positivismo. Si bien su frase se refiere a su postulación teórica relativa al positivismo, podríamos partir de ahí para realizar nuestra reflexión.

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“No hay inteligencia allí donde no hay cambio ni necesidad de cambio.”.-  Herbert George Wells.

“Orden y Progreso”; es una frase filosófica de Auguste Comte considerado el fundador de la Sociología y el padre del positivismo. Si bien su frase se refiere a su postulación teórica relativa al positivismo, podríamos partir de ahí para realizar nuestra reflexión.

En muchos de los casos las personas no necesitan más allá que orden en sus vidas. El orden es aquello que nos da dirección en diversos sentidos pero cuesta trabajo conseguirlo. El orden implica disciplina, tiempo, esfuerzo, dedicación constante; sustantivos que las personas miran como asuntos de santos ascetas, sin remedio alguno para conseguirlos. Parece ser que especialmente la disciplina personal es uno de los contenidos relativos a nuestras propias personalidades que más trabajo nos da consolidar.

Es por eso que la palabra “orden” en México es considerada como contracultura. Pertenecemos más a la cultura del “relajo”, a la cultura del “chisme”, a la cultura del “engaño”, a la cultura de la “impunidad”, etc. Lo que no sabemos es que precisamente esas nefastas “culturas” con sus diferentes mecanismos son las que producen más pobreza en nuestro país.

El orden no es caos. Tener un lugar preciso para cada una de nuestras cosas no es obsesión sino compromiso. Tener un tiempo determinado para nuestras acciones, poseer un orden metal con anticipación de las cosas que haremos durante el día, el ser proactivos, el tener un itinerario familiar, etc. sólo son algunos aspectos por los cuales podemos empezar a poner orden en nuestras vidas.

Especialmente con los objetos y cosas que nos rodean somos substancialmente desordenados. El desorden no es orden. Un lugar desordenado salta a la vista (incluso nos da la apariencia de suciedad), un espacio desordenado no está ordenado. Parece redundante esta afirmación pero no lo es. Solemos afirmar que nuestros lugares tienen un orden personal que sólo nosotros conocemos, aunque sobresale a la mirada que no siempre esa afirmación es del todo correcta, pues lo que suele descollar es un desorden monumental.

El desorden no es orden. El desorden es caos, caos que no sólo tiene que ver con objetos, herramientas, ropas, enceres, libros, muebles, etc. sino también con aspectos fundamentales de nuestra existencia. El caos puede profundamente traspasar nuestra vida personal. Nuestras relaciones sociales son desastrosas, nuestras amistades fraudulentas y nuestros afectos mal queridos ¿En qué momento aprendimos a ser desordenados? En el justo instante en que “rompimos el vaso de cristal”.

¿A qué se refiere esta metáfora del “vaso de cristal”? Es relativamente fácil hacer algo por primera vez. Ver un poco más de televisión, comer un poco más, hablar un poco más, así el “vaso de cristal” se va quebrando de a poco. Luego es todavía más fácil romper el “vaso de cristal” completo. Tomé un poco de dinero que no era mío, luego tomé más y no pasó nada, luego rompí el “vaso de cristal”, me volví un estafador profesional. Cero tolerancia diría el rudo Rudolph Giuliani (exalcalde de Nueva York) como contrapeso a la cultura del relajo.

Así es exactamente lo que pasa con el desorden. Es fácil arrojar una ropa por ahí, luego quitarme los calcetines por acá, dejar mis envases de bebidas por doquier. El “vaso de cristal roto” se vuelve desproporcionado cuando miramos a nuestro país entero y nos preguntamos en qué momento dejamos que tal desorden social reine por sobre todas las cosas.

El orden por lo contrario implica un esfuerzo extra. Implica energía extra, sin embargo a la larga es menos costoso y sus beneficios más duraderos. El tener un lugar para cada cosa ayuda. El hablar con las palabras precisas, el conducirnos adecuadamente, el organizar anticipadamente nuestros días, el tener metas a corto, mediano y largo plazo, son ejemplos de un orden fructífero.

El orden nos da estructura para saber primeramente que los objetos, cosas, animales, personas tienen un lugar donde deben de estar. En ocasiones llegamos tan agotados de nuestras responsabilidades laborales que pensamos que el resto del día es un campo abierto que justifica cualquier desorden consecuente.

No es así. Las maquinarias que no se vigilan o que no se les da el mantenimiento de rutina se descomponen. Nuestro cerebro no es una máquina pero sigue la misma lógica. Los pensamientos son los engranes donde gira un eje bien balanceado de deseos, necesidades, gustos y preferencias.

Cuando ocurre un desequilibrio en cualquiera de nuestros aspectos vitales se crea un desorden. Si acostumbramos a nuestro cerebro a que el desorden es normal, empezaremos  creer que todo desorden es normal, y por ende perderemos esa maquinaria preciosa que nos hace percibir la realidad de una manera objetiva.

Cuando nos acostumbramos a levantar la vista y ver normal una enredadera de cables por encima de nosotros, perdemos la esencia de cielo. Cuando andamos por las calles destrozadas y creemos que eso es normal, perdemos la esencia primera del significado de una calle. Cuando nos acostumbramos a escuchar el rugir de la draga y el rodar de los armatostes llenos de las arenas de la playa, (arenas que nos roban), perdemos la esencia del significado del cuidado de nuestras playas. Todo conlleva al efecto mariposa implícito en la simple idea de creer que lo malo es normal y hasta digno de ser resaltado.

Debemos de hacer una enorme diferencia entre mirar y creer. Mirar el mundo circundante no es creer que ese mundo circundante tiene que ser así. Eso mis queridos lectores se llama determinismo. Y es claro que nuestro cerebro no nació para estar determinado. Ya viéramos al mismísimo Juárez en la pobreza extrema, sin saber hablar español, sin ninguna esperanza, no determinado por su analfabetismo ni por su propia pobreza. El ser humano no está determinado, puede y debe realizar actos que lo enaltezcan como ser humano.

El orden implica totalmente mover los hilos del futuro cambiando paradigmas aceptados en México. No aceptemos la pobreza como algo normal, no aceptemos la corrupción y los malos políticos como algo normal, no aceptemos la paupérrima educación que reciben nuestros hijos como algo normal, no aceptemos la violencia como algo normal, no nos aceptemos enajenados nosotros mismos como algo normal.

Sin embargo como dice la novelista española Carmen Martín Gaite, “si algo he aprendido en la vida es a no perder el tiempo intentando cambiar el modo de ser del prójimo”. Nadie experimenta en pellejo ajeno, hasta que un día se topa de frente ante un caos monstruoso que se merendó literalmente su vida: un divorcio, un fraude, un asesinato, un despido, una enfermedad. Para entonces sólo podrá tener acciones de emergencia remediales. Pensando en prevenir con sus actos el siguiente futuro cercano, futuro que deberá considerar no perder de nuevo el tiempo en su propia obra de arte llamada “caos existencial”.

Orden y Progreso, precisamente si vivimos en Progreso, implica tener orden con nuestros asuntos económicos, orden en nuestro hogar, orden en nuestros centros de trabajo, orden en nuestras palabras, ideas y conciencia. Aunque en ese sentido cuando se habla de las ideas, más valdría ser un perro rabioso que un manso corderito. Más valdría ser un Sócrates asesinado que un cerdo satisfecho.

No es fácil conseguir el orden. El orden implica dirección y sentido. La carreta que nos conduce se mueve con cierta regularidad pero acaso, ¿sabemos para qué se mueve la carreta? ¿Sabemos acaso para dónde se dirige este carromato llamado vida? Es preciso tener orden pero valdría hacernos la pregunta orden ¿para qué?

Dirigir nuestro derrotero toma entonces una importancia trascendental. ¿Qué es lo que quiero de mi vida? ¿Tengo las riendas de mi vida? ¿Me interesa tener las riendas de mi vida? Si tu respuesta es afirmativa, entonces el orden se vuelve liderazgo en tu vida. Considerar tus metas personales, considerar tus ideales de familia, de organización, de escuela, de matrimonio ¿Veo hacia el futuro? Puede haber futuro sin orden, pero no progresar sin orden en el futuro.

Miremos pues lo que nos rodea, escojamos algo que quisiéramos cambiar y trabajemos en ello. No importan las críticas que recibiremos, ni los malos ratos, ni los desconsuelos. En una cultura de la normalidad errónea es “normal” que te señalen por querer cambiar el orden circundante. Te llamarán loco en el mejor de los casos, pero si tienes la firmeza suficiente conseguirás ese futuro que hasta ahora esperas que llegue por sí mismo.

Escojamos un derrotero en lo familiar, en los negocios, en nuestra vida amorosa, hacia con nuestros hijos ¿Qué clase de hijos queremos en el futuro? ¿Qué clase de empresa queremos para el futuro? ¿Qué pretendemos para nuestra jubilación? Escoge un hito que te quite el sueño y entrégale la vida con tus actos. Usa lo que tengas a tu alcance. Improvisa, ejecuta, imagina, habla, crea, crea un futuro mejor. El único orden que tendríamos que cambiar en México es el orden existente, no seas esclavo de él.

Terminamos precisamente esta reflexión con las palabras del mismo sociólogo con la que la empezamos: “El amor como principio, el orden como base y el progreso como fin”.  Auguste Comte.

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