Por Héctor Aguilar Camín
El discurso de cierre de precampaña de Claudia Sheinbaum tiene un inconfundible sabor a viejo PRI. No hay fisura en sus aciertos relatados, ni en el lenguaje épico burocrático que abusa de grandes palabras, como libertad, honestidad o democracia.
Tampoco faltan cascadas de logros puestos en cifras somníferas: tantas becas, tantas universidades, tantos porcentajes de menos o de más.
Dos palabras grandotas del discurso son Humanismo Mexicano, fórmula única para decir algo que no se había escuchado nunca: “desarrollo con bienestar”.
A fuerza de oír las palabras democracia y libertad, uno se pregunta qué pensará Sheinbaum de la diaria violación de las leyes electorales del presidente López Obrador.
O de lo que pasa en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua, países con los que el gobierno que la postula tiene orgullosas afinidades políticas.
Cuando usa la palabra honestidad como piedra de toque, uno se pregunta qué dirá Sheinbaum de la abundancia de dinero bajo la mesa que acompaña su campaña, o de los escándalos de deshonestidad del gobierno, empezando con Segalmex, terminando con las denuncias de corrupción familiar en Palacio.
Cuando ostenta combativamente la caída de 20% en homicidios dolosos desde 2018, queda pendiente la opinión de la candidata sobre los más de 176 mil muertos que esconde ese porcentaje, algo así como el doble de los de Peña Nieto y el triple de los de Calderón.
La promesa de completar el diseño del IMSS Bienestar que Sheinbaum hereda, ¿incluye devolverle el acceso a la salud a los más de 50 millones que la perdieron cuando este gobierno deshizo el Seguro Popular?
Una parte interesante del discurso de Sheinbaum es la lista de propósitos que asume para su posible presidencia. Son 17.
Aquí sí hay una pequeña mezcla de lo que Sheinbaum hereda con su atención a políticas que este gobierno ignoró o rechazó: bienestar para las mujeres, atención al cambio climático y a la crisis de agua, a la ciencia y la tecnología, a la inversión extranjera.
Volveré sobre esto, pero la herencia de continuidad asumida por Sheinbaum pesa más que todo. Va del plan antidemocrático de acabar con los órganos autónomos, hasta el plan ridículo de seguir haciendo trenes de pasajeros: diez más.
¿De veras?