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26 de Abril de 2024

Opinión

#OPINIÓN: Condición necesaria: Helicópteros, indignación y transformación. Por Antonio Salgado

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Por considerarlo de interés les compartimos el siguiente artículo de Antonio Salgado Borge:

Un solo individuo puede influir positiva y decisivamente en la politización de otros. Eso fue justamente lo que intentó recientemente Roger Waters. En cada uno de los tres conciertos que ofreció en Ciudad de México hace unos días, este músico británico hizo un espacio para leer el mismo mensaje. “Señor presidente, más de 28,000 hombres, niñas, mujeres, niños han desaparecido, muchos de ellos durante su mandato. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó? Toda vida es sagrada no sólo la de sus amigos”, reclamó Waters, en español, ante las decenas de miles de personas que fueron a escucharlo. El fundador y genio creativo de Pink Floyd también proyectó las mismas imágenes en el enorme muro y en algunos elementos de la utilería que forma parte de su escenografía: “Nos faltan 43”, “Fue el estado”, “Vivos los queremos…”.

No es la primera vez que Roger Waters se refiere a la crisis nacional durante sus presentaciones en México. La última vez que estuvo en nuestro país, cuando terminaba el sexenio de Felipe Calderón, este músico también se dirigió a su audiencia en términos críticos: “Voy a dedicar este concierto a todos los niños que no están con nosotros, a los que siguen perdidos y a todos los que han desaparecido con esta llamada guerra del narco —que en distintas ocasiones ha sido severamente criticada por el músico— y a todas las mujeres y niñas de Juárez”.

En México lo inaceptable se ha normalizado y la justicia es un término devaluado. Es claro que los encumbrados se sienten libres de actuar como les plazca y que asumen que pueden disponer de lo público como privado. Afortunadamente, son cada vez más las ocasiones en que aquello que, por impresentable, se supone que debía mantenerse oculto emerge ante la opinión pública. Entonces, justificadamente, las críticas y los reclamos ponen en el centro del huracán a los personajes implicados. Sin embargo, estas críticas todavía no son suficientes ni alcanzan el nivel de profundidad requerido para transformar la realidad nacional de suyo impresentable.

Así, es válido, tomando el que es sin duda el caso de la semana, preguntarse qué pasaría por la mente del senador Emilio Gamboa Patrón cuando el helicóptero en que viajaba aterrizó, como si se tratase de un helipuerto particular, en una zona prohibida de un área natural protegida. Pero el menor de los males para el senador sería que la indignación ciudadana por este evento se limite a la forma en que se operó el aterrizaje o a la culpa que se le ha asignado al piloto. A partir de este incidente, algunos medios (véase particularmente sinenmbargo.mx) han logrado atar cabos fundamentales —por ejemplo, el “amigo” y dueño del helicóptero ha recibido más de $6,800 millones en contratos durante la última década— y abrir preguntas sobre los vínculos entre intereses políticos y económicos que, en una democracia auténtica, tendrían que ser replicadas en distintos ámbitos.

También podemos indignarnos cuando nos enteramos de que Josefina Vázquez Mota ha recibido del gobierno federal 900 millones de pesos que se han destinado supuestamente a ayudar a migrantes —Vázquez Mota no ha explicado cómo se aplicaron estos recursos—; pero el caso cobra otra dimensión cuando al ser puesto en su contexto se llega —como lo hizo Darío Ramírez— a la pregunta sobre los motivos que pudieron llevar a Peña Nieto a sentirse compelido a entregarle a la fundación de quien como su rival en las elecciones de 2012 se caracterizó por su falta de energía y su pésimo desempeño.

El país se cae en pedazos y no se trata de ningún accidente; hay culpables específicos de nuestro presente desastre —de ninguna forma, como suele pensarse, todos están en el gobierno de Peña Nieto—. Pero los responsables del actual estado de cosas han aprendido a blindarse. No sólo han sabido construir muros físicos que les aíslan de todo lo que destruyen cotidianamente, sino que también han construido muros virtuales que los encapsulan y blindan del repudio de la sociedad en que viven. La triste realidad es que nos hemos acostumbrado a ellos; a ver sus caras, a leer sobre sus nuevas encomiendas y a que se reciclen sexenio tras sexenio.

La pregunta que muchos mexicanos nos hacemos es cómo habremos de sacudirnos esta malaria. Algunos pensamos que el trabajo desde abajo, desde la sociedad civil, es el único camino seguro. Aunque en los últimos años es mucho lo que se ha avanzado en este sentido, evidentemente lo logrado aún no alcanza la fuerza necesaria para reformar de fondo al sistema. Y en este sentido, me parece que una condición necesaria, aunque no suficiente, para que el país empiece a cambiar es la politización y la incorporación de millones de mexicanos al grupo de personas que están continuamente informadas e indignadas por temas de interés público.

La diferencia entre condiciones suficientes y necesarias nos suele pasar desapercibida, pero es fundamental para explicar el origen de cualquier fenómeno. El filósofo Tim Crane (2016) se apoya de un par de ejemplos para explicar con claridad cómo opera esta distinción. Estar en Londres es suficiente para estar en Inglaterra: basta con aterrizar en esa ciudad para estar en el país de Los Beatles; sin embargo, estar en Inglaterra no es suficiente para estar en Londres —uno podría estar en otra ciudad inglesa, por ejemplo, en Liverpool—. Por otra parte, estar en Inglaterra es una condición necesaria para estar en Londres: uno no puede estar en Londres sin estar en Inglaterra; pero estar en Londres no es una condición necesaria para estar en Inglaterra: de nuevo, uno podría estar en cualquier otra ciudad.

En este sentido, la politización y participación de más mexicanos en lo público es una condición necesaria para desterrar a los depredadores de nuestra arena política: mientras eso no ocurra, cualquier cambio que se cruce en nuestro camino será cosmético. En este mismo espacio ha sido señalado en más de una ocasión que la “fe” —no creo que haya mejor palabra— que algunos le tienen a Margarita Zavala sólo puede explicarse en términos de desconocimiento de las variables implicadas en su ascenso. Una lógica parecida, aunque se trate de un caso muy diferente, sigue la devoción con que los seguidores de AMLO justifican sus errores en lugar de presionarle para que los corrija. El problema de fondo es que la politización es necesaria para la indignación, pero la indignación es también necesaria para la politización. ¿Cómo podemos transformar este círculo?

Y es justo aquí que debemos regresar a Roger Waters.

En alguna medida el discurso del músico resultó incómodo para muchos mexicanos que tienen acceso a espacios públicos —artistas, dirigentes empresariales, deportistas—, pero que han optado por encapsularse en los beneficios de su éxito. La postura del músico inglés es un recordatorio de que los mexicanos “exitosos” —mediática o económicamente— tienen la posibilidad de llevar la atención de quienes los conciben como referentes a los serios problemas que atraviesan el estado y el país. En México podemos rescatar casos particulares como los de los cineastas Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñarritu; pero, por el momento, son muy pocas los personajes públicos que han seguido sus pasos.

Las posibilidades de que se repitan los viajes en helicóptero o los donativos caprichosos serán menores, mientras sean más los líderes o los referentes que decidan salir de su zona de conforte y poner los reflectores de los que gozan al servicio de quienes les han encumbrado.— Edimburgo, Reino Unido.

[email protected]

@asalgadoborge

*Maestro en Estudios Humanísticos con especialidad en Ética (ITESM)
ARTICULO ORIGINAL PUBLICADO EN DIARIO DE YUCATAN

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